
Hace unos años, escribí un artículo en la prensa económica que se titulaba “No Más Jefes ¡Por Favor!” Fue el inicio de mi primer libro. Una guía sencilla de gestión para emprendedores.
Durante todo el tiempo que trabajé en el libro, siempre tuve ese nombre en la cabeza. “No Más Jefes ¡Por Favor!”. Era un nombre sencillo y directo. Me parecía que se entendía. Que transmitía el concepto que buscaba. Olvídate de los jefes y empieza una nueva vida como emprendedor. Un título perfecto.
Cuando terminé de escribir y reescribir el libro unas cuantas veces, estaba casi todo hecho. Sólo me quedaba enviarlo a la editorial y conocer su opinión.
Antes, un último repaso para confirmar que no te has dejado nada. Que no hay que pulir algo. Que…
Se me ocurrió teclear el título de mi libro en Internet. Allí estaba. “No Más Jefes ¡Por Favor!”.
Las ideas son universales
Allí estaba la mar de serio. Un libro con un título idéntico al mío. El título con el que venía trabajando desde hacía años.
Escrito por una persona a la que no conocía. Una persona que no me conocía. Una persona que estaba en el otro lado del planeta.
¿Podía haberlo comprobado con anterioridad? Seguramente, pero no se me ocurrió. No se me ocurrió que después de haber escrito un artículo con ese nombre, después de haber consultado las librerías online más famosas (casa del libro, fnac,…), después de llevar tanto tiempo trabajando con ese título, esa idea no fuese mía.
Las ideas no son tuyas ni de nadie. Las ideas son universales. Seguro que hay alguien que da con un primer esbozo. Seguro que es así. Es una cuestión de tiempo. Pero no tengo claro que sea una cuestión de autoridad.
Es demasiado pretencioso pensar que una idea es sólo tuya. Que no hay nadie más que pueda llegar al mismo sitio por otro camino. Llegan.
Hay más cosas
Este tipo de coincidencias fortuitas te dejan fuera de juego. El nombre estaba en mi título. También estaba en mi texto. Básicamente, suponía más trabajo. Cambiar cosas. Supongo que las cosas están para cambiarlas. No es un gran problema.
Nuestros libros tenían títulos idénticos. Tenían una idea común, pero hay más cosas. Después de la primera idea, siempre hay más cosas. Hay que enfocarla, desarrollarla, ejecutarla.
Ahí, nuestros libros eran totalmente distintos. El mío, una guía sencilla para emprendedores. El otro, un libro sobre liderazgo y el rol del jefe. Nada que ver.
Al final, dos paquetes iguales con un contenido totalmente distinto.
Cambié el título. Cambié el paquete. Desapareció “No Más Jefes ¡Por Favor!” y terminó llamándose “¿Jefes…? No. Gracias” (Gestión 2000). Tema cerrado.
Una idea no vale nada
Sí, una idea no vale nada hasta que la desarrollas.
Una idea es demasiado abstracta al principio. Está demasiado abierta. Es demasiado de todos.
Luego está el enfoque, la ejecución. Ahí es realmente cuando se convierte en idea. Ahí adquiere valor. El que tú le des. Ahí es cuando se diferencia.
Una idea no vale nada sin la ejecución. La ejecución de algo pobre tampoco vale demasiado. Son dos elementos distintos, pero tienen que ir juntos. Por separado no interesan.
Salvador Figueros
Foto: Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires / flickr